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El Autor: Orientalista de entrecasa

Mi nombre es Paulo Botta. De niño quería ser arqueólogo, soñaba con viajar a Egipto y participar de excavaciones en el desierto, algo de Indiana Jones (eran esos años) y de un escritor (con teorías fantasiosas) José Álvarez López . La poca información a la que se podía acceder a mediados de la década del ochenta del siglo pasado sobre estos temas no por ello disminuía mi interés. Libros de divulgación sobre arqueología y el infaltable "Dioses, tumbas y sabios" de C.W. Ceram formaron parte de esos años finales de la infancia.

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En mi ciudad ninguna universidad ofrecía estudios de arqueología. De hecho en el país existía poca oferta académica sobre estos temas. Comencé a estudiar árabe, el único idioma "oriental" que se ofrecía con más ganas que método con la intención de "comunicarme directamente con los egipcios cuando visitara ese país". En mi colegio estudiaba latín y griego antiguo (o al menos eso creía yo si me fiaba de las notas que había sacado). Con ese bagaje, con lecturas dispersas (y anticuadas) de lo poco que había en las bibliotecas a las que tenía acceso, intentaba acercarme todo lo que podía a estas culturas antiguas de Oriente: Egipto, Persia, Asirios (como pasar por alto las excavaciones de Níniveh de Paolo Emiliano Botta, ¡yo compartía el mismo apellido que un gran descubridor !!).

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Cuando terminé el colegio secundario decidí, de manera sorpresiva (o realista), estudiar relaciones internacionales, centrándome, eso sí, en la región de Medio Oriente y, al terminar mi licenciatura obtuve una beca para ir a estudiar árabe en Egipto, mi sueño se cumplía aunque de manera diversa. Llegué a Egipto pero por otro camino.​

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Pasé el 11 de septiembre de 2001 en El Cairo y fui muchas veces durante ese tiempo al Museo Egipcio, allí vi el tesoro de Tutankamon en vivo y en directo, visité el Valle de los Reyes, Luxor...

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Posteriormente y por razones laborales y de formación en mi disciplina de las relaciones internacionales pude visitar Alejandría, Jerusalén, Massada, Estambul, Éfeso, Sardis, Pérgamo, Teherán, Beirut, Ammán, Petra, Marrakesh, Fez, Trípoli, Leptis Magna, Atenas, Bakú, Tiblisi  y otras ciudades sobre las cuales había leído y soñado. Si bien generalmente eran visitas de trabajo (reuniones académicas, clases, realización de entrevistas) siempre me hacía un tiempo (aunque fuera escaso) para visitar museos, sitios históricos, librerías antiguas. En esos momentos el arqueólogo orientalista que no fui tomaba protagonismo.

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Sé bien que la palabra "orientalista" tiene hoy una gran carga peyorativa. Quiero aclarar que cuando la utilizo hago referencia a aquellos académicos (y aventureros) que visitaron esos lugares del "oriente exótico", aprendieron sus idiomas, tradujeron sus textos y muchas veces se enamoraron de tal manera de sus gentes y ciudades que decidieron no regresar a sus lugares de origen. Es con este sentido, que nada tiene de peyorativo o colonialista, con el que uso el término "orientalista" aunque reconozco, necio sería no hacerlo, las apropiaciones indebidas de tesoros, excesos de paternalismo en el trato hacia esos pueblos, y otras consecuencias negativas de esa visión decimonónica.

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Ahora doy clases en la Escuela de Estudios Orientales de la Universidad del Salvador (Buenos Aires), enseño una materia semestral sobre las culturas del Cáucaso y otra sobre la cultura irania. Sigo leyendo con muchísimo interés todo lo que puedo sobre la historia de los pueblos de "Oriente" (árabes, persas, turcos, caucásicos) y balbuceando sus idiomas.

 

No edito manuscritos, ni realizo excavaciones, no traduzco textos, ni escribo libros o artículos académicos sobre estos temas  dando a conocer nuevos descubrimientos. Tan sólo leo, enseño y divulgo, por eso suelo repetir que soy un "orientalista de entrecasa". 

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E-Mail: pbotta@paulobotta.com.ar 

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